“La máxima participación de la mujer en todas las esferas, en igualdad de condiciones con el hombre, es indispensable para el desarrollo pleno y complejo de un país, el bienestar del mundo y la causa de la paz”.
Declaración de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la mujer, ONU 1979
¡Nueve punto dos! ¡Hacía muchísimo que no me sacaba un nueve! Toqué el timbre de mi casa pensando qué felices se iban a poner mis papás cuando vieran ahí, justo debajo de la calificación:
Teresa Gorozpe Cué. Sexto B. Mi proyecto de vida.
Yo no sé a ustedes, a mí, la verdad nunca me ha interesado ser de puros nueves y dieces, pero esa vez me dio mucho gusto cuando la maestra dijo mi nombre con los que habían hecho las mejores composiciones. Seguro puse cara de “¡Me acabo de ganar un viaje a la playa!”
Como ya íbamos a terminar la primaria, la maestra Alicia nos explicó lo que podíamos seguir estudiando: carreras técnicas, secundaria, etcétera. Dijo que para tomar la mejor decisión teníamos que tener muy claro qué queríamos ser de grandes. Para eso nos dejó una tarea especial: escribir lo que quisiéramos estar haciendo dentro de 10 años. ¡Uy, a mí se me hizo bien fácil! ¡Lo había soñado como mil veces!
Dentro de 10 años yo ya sería escenógrafa, o sea, de los que diseñan los telones, las paredes, los muebles y los fondos de las funciones de teatro y los espectáculos. Llegaría todos los días a trabajar, dibujando planos de cuartos, puertas falsas, telones con paisajes, inventado escaleras para los shows de las mejores cantantes. ¿Se imaginan? Yo sí.
El año pasado Lily, Frisco, Margarita y yo hicimos la escenografía para el Festival de Fin de Año de la escuela y no es por nada, pero nos quedó a todo dar… (Bueno, menos un árbol, que quedó verde clarito, porque Lily se tiró encima el bote de verde oscuro, y ya no alcanzó, pero casi nadie se dio cuenta).
También puse en mi composición que dentro de 10 años estaría viviendo en un departamento chico con una amiga y visitaría a mis papás todos los fines de semana. Tendría una cámara digital y andaría por todos lados tomando fotos de las casas, de los atardeceres, de las ventanas, de todo lo que me diera buenas ideas para mi trabajo.
Para eso tenía que hacer la secundaria, después la prepa y luego irme a estudiar escenografía en la capital. ¡Ya hasta averigüé cuántos semestres dura la carrera!
Cuando entregó los trabajos calificados, después de la clase, la maestra Alicia me llamó aparte.
Se ve que era una cuestión de gustos, porque mis papás, en vez de felicitarme como la maestra, pusieron cara de: “¿un neptuniano en mi casa?”. Ni me abrazaron ni nada. Mi papá hasta estaba enojado.
Mi papá siguió diciendo que a la secundaria las muchachitas nada más van a buscar novio, que hay mucho maldoso afuera de las escuelas, que el plantel está lejos y cuesta más el pasaje, y sobre todo, que para ser buena esposa y madre no se necesita aprender tanto.
A mí se me ocurrió decir entonces:
¡Uy, mejor me hubiera quedado callada!
Mi papá se puso furioso. –¡Ay, las cosas con las que sale tu hija, Marcela!– Se lanzó a decir que luego los pobres niños andan solos y que por eso hay tanto vicio en la juventud, que las mamás deben estar siempre en su casa, que para eso están los hombres, para mantener a la familia...
Yo veía que mi mamá se quedaba callada. A lo mejor estaba pensando que le hubiera gustado ir a la secundaria. Una vez me dijo que creía que si hubiera estudiado un poco más habría sido una mejor mamá. Pero no dijo nada.
¡Que me armo de valor y que les vuelvo a decir que era muy importante para mí llegar a la universidad! Todavía les dije que a lo mejor ni siquiera me quería casar, sino trabajar en lo mío toda la vida, sin tener hijos ni esposo que cuidar. ¡Lo único que gané es que me mandaran a la cama sin cenar!
Antes de cerrar la puerta del cuarto alcancé a oír a mi papá que decía:
Luego, mejor cerré. Me quedé tristísima y furiosa en el cuarto. Traté de dormirme, pero no pude. Me tronaban las tripas de puro coraje. ¿A poco ustedes se habían enterado de alguien que se quedara castigada después de sacar tan buena calificación?
Cuando Beto se enteró de que me habían mandado a la cama con la panza vacía, se esperó a que se durmieran todos y a escondidas me hizo unas quesadillas. ¡Estaban deliciosas!
Además, se quedó platicando conmigo y me consoló.
Sí, era cierto. Justo hacía una semana a mi papá le habían encontrado un tumor acá, en el pecho. Se sentía mal y estaba preocupadísimo. Ya ni siquiera hablaba de la aspiradora Vaccuz IV que le iba a comprar a mi mamá por el día de las madres. ¡Y eso que unos días antes nos había traído locos a todos con ese asunto! Que si era muy silenciosa, que si tenía más potencia, que si en la tele pasaban cómo aspiraba canicas como si fueran bolitas de pelusa...
Beto y yo nos dimos cuenta de que mi papá llevaba tiempo sin hablar ni de eso, ni de ninguna otra cosa. Se la pasaba sentado, nada más mirando por la ventana, esperando los resultados de sus análisis, para saber si lo iban a operar.
Yo podía entender eso, pero en el fondo había algo más.
Beto se acordaba muy bien. Todos nos dimos cuenta: cuando ella era la única doctora tenía muchos pacientes, pero nada más llegó el doctor Nicasio y más de la mitad se fueron con él, porque les dio más confianza que fuera hombre. Mi papá fue uno de los primeros que se cambió.
Beto se quedó callado un ratito y luego suspiró. Apagó la luz y, antes de salir del cuarto, me dijo:
¿A poco Beto mi hermano no es lo máximo? ¡Con razón Lily, mi amiga, está enamorada de él! (aunque trate de disimularlo, se le nota).
Al otro día llegué a la escuela con los ojos como hamburguesas. Entre la desvelada y que había llorado, los tenía hinchadísimos. Se me notaba a leguas que algo traía. Margarita y Lily, nada más me vieron llegar y dijeron:
Yo a ellas todo les cuento, así que les platiqué lo que había pasado en mi casa. Cuando les dije cómo se había portado Beto conmigo, Lily nada más suspiró (les digo que se le nota...)
La maestra Alicia también se dio cuenta de que algo me pasaba. Me preguntó que qué me habían dicho mis papás. Yo me quedé mirando al piso y después de un rato le dije:
Apenas sonó la campana la maestra vino conmigo y le conté. Ella iba cambiando de cara mientras me oía: torcía la boca, bajaba las cejas, hacía “¡hmmm!” Después me preguntó que si serviría de algo que ella hablara con mis papás: a lo mejor los convencía. Yo no sabía si serviría de algo, pero decidimos que era mejor intentar que quedarse con la duda, así es que la maestra llamó a mis papás para que vinieran a hablar con ella.
Al otro miércoles, mi papá no abrió a las siete la tienda de materiales como siempre. Llegó tempranito a la escuela junto con mi mamá, mientras nosotros estábamos en clase de deportes. Margarita, que es muy atrevida, pidió permiso para ir al baño y al pasar por el salón se quedó escuchando lo que platicaban.
Entonces les empezó a hablar de que el mundo ha cambiado, de que las mujeres somos cada vez más importantes en la sociedad, de que debe haber igualdad de oportunidades. Les platicó de las mujeres que han sido presidentas y han hecho progresar a sus países, de las científicas que descubren estrellas nuevas, de las doctoras que salvan vidas, de las grandes escritoras, de las atletas...
Dice Margarita que mis papás tenían cara de “¿y todo eso qué tiene que ver con Tere?”, pero al terminar, la maestra les dijo:
Dice Margarita que a mi mamá se le hacían grandes los ojos mientras escuchaba. Pero yo creo que a mi papá todo eso le entró por una oreja y le salió por la otra, porque enseguida se levantó y dijo que nada de secundaria, que terminando la primaria yo debía ayudar a mi mamá con el quehacer y con Saúl y Sandra, mis hermanos que son gemelos. Además, en las mañanas quería que yo le entrara como cajera en la tienda de materiales, para que le ayudara a cobrar.
Dice Margarita que mi mamá puso cara de “se me cayó el pastel al charco”. Y la misma puse yo cuando me lo contó.
Era lunes. Lily se había raspado horrible la rodilla, por andarse trepando a la barda para ver a Beto esperando su camión de la universidad.
Según ella, que quería ver un perrito bien lindo que andaba por el parque. Yo no le creí nada.
Después de clases, la ayudé a regresar a su casa y llegué más tarde a comer a la mía. En cuanto entré ví a mis hermanas, Marcela y Toña, con sus esposos, y a Beto, todos preocupados. Él fue el que me dijo:
La cosa estaba fea. En las pruebas había salido que el tumor estaba pegado al corazón y que tenían que operarlo enseguida. El doctor Constantín les dijo que la operación era más difícil de lo que creía y que él solo no podía operar. Tenía que llamar a una especialista en cirugía del corazón: la doctora Ibáñez.
A mi papá no le quedó de otra: tuvo que decir que sí.
Al rato bajaron muy callados, con una maleta, y nos despedimos de ellos. Mi papá me dijo: –Pórtese bien, m’hija. Cuide a sus hermanos y no haga locuras.
Mi mamá nada más me abrazó y se le salieron las lágrimas. Se subieron al carro de Fernando y se fueron. Yo me quedé abrazada a mis hermanos, con cara de “¡Ay, nanita, ojalá que todo salga bien!”
Mi mamá se fue y no le dio tiempo ni de dejarnos de comer, así que Beto y yo vimos que nos teníamos que organizar para todo lo de la casa.
Lo planeamos muy bien: quedamos que después de la escuela íbamos a preparar tortas, sopa instantánea, quesadillas, huevos, o a calentar frijoles de lata para comer. (Frisco me dio después una receta, según él su R-15, de sopa instantánea con queso derretido encima).
También quedamos en que nos íbamos a turnar para lavar los trastes con los gemelos por equipos: Sandra y él, Saúl y yo; un día y un día. En la mañana temprano cada quien iba a tender su cama. Beto
quedó de enseñarles a los gemelos cómo, y dijimos que aunque les quedara toda chipotuda y llena de bolas, tenían que aprender a hacerla solitos.
Cuando se los dijimos a los gemelos, Saúl hizo berrinche. Dijo que él no iba a secar la loza, ni a tender su cama, que no lo pusiéramos a hacer “cosas de viejas”.
¡Uy, uy, uy! El Beto puso cara de “te voy a despellejar vivo”, pero nada más se lo puso pinto y barrido.
(Cuando le conté esto a Lily, ¡otra vez los suspiros!).
El martes en la tarde sonó el teléfono. Era Toña. Estaba en el hospital. La operación había estado dificilísima. Cuando abrieron a mi papá vieron que el tumor estaba encimado en no sé qué arteria y había costado mucho más trabajo quitarlo. La doctora Ibáñez acababa de salir de la sala de operaciones después de siete horas, para decirles que todo había salido bien y que sólo faltaba ver cómo se reponía mi papá en los próximos días.
¡La cara que puso Beto al oir a Toña por el teléfono! No sé si era de “la chava que me gusta me dijo que sí”, de “les metimos una goliza en el partido”, o de “me encontré abandonado un billete de 500”. No, era mejor que eso. Era cara de: “Mi papá ya está fuera de peligro”.
Pedimos permiso en la escuela y fuimos a ver a mi papá al hospital. Es como la clínica de Kipatla, pero mucho más grande. Tiene cuartos con camas y camas y camas… Por fin llegamos al cuarto donde estaba mi papá. En una silla, junto a él, estaba sentada mi mamá. Estaba dormido, tranquilito, tranquilito, como si fuera un bebé.
Al ratito, justo cuando mi papá estaba por abrir los ojos, llegó la doctora Ibáñez. Lo primero que vio mi papá al despertar fue su nombre en la bata.
Mi papá alzó los ojos y le dijo:
Luego, la doctora se volteó con Beto.
Mi papá se quedó de a cuatro.
Cuando la doctora salió, entre mi mamá y Beto ayudaron a mi papá a pararse. Beto le dijo a mi papá.
Mi papá, caminando paso a pasito dijo: ¡una hija que a fuerza quiere ir a la universidad y un hijo que la hace de nana! Y puso cara de “¡Nomás eso me faltaba!”
Beto se rió y le contestó: “Pues tú también estás evolucionando, jefecito. Yo veo que andas de camisón y sigues siendo tan hombre como siempre”.
A la semana siguiente, mi papá regresó a la casa, pero no se podía parar de la cama. Mi mamá tenía que atenderlo, hacerle su comida especial, bañarlo y todo, así que no tenía mucho tiempo para el quehacer. Beto y yo le dijimos que si quería le seguíamos con el mismo plan de cuando ella no estaba. Se lo explicamos y puso cara de “se me apareció un ángel del cielo”. Luego, nos agarró a besos.
Poco a poco mi papá se empezó a sentir mejor. Una tarde, cuando vi como que tenía mejor cara, volví a sacar el tema de la secundaria.
Saúl paró la trompita, enojado, pero Beto nada más lo vio feo y la volvió a bajar.
Mi mamá mejoró el plan: se le ocurrió que cada quien lavara su ropa interior al bañarse, así ella tenía menos ropa que tallar; y que además de tender nuestras camas todos los días, los sábados cada quien apartara un ratito, a la hora que quisiera, para limpiar algo extra de la casa.
Mi papá se puso serio y me miró con cara de “esta vez me ganaron”.
Luego, le dijo a mi mamá:
Mi mamá se rió.
Y después, con cara de “voy a hacer una travesura”, le dijo :
El Beto y yo nos quedamos con cara de “¡Órale con mi mamá!”. Y como quien no quiere la cosa, la abrazamos.